miércoles, 27 de junio de 2012

Discurso del Che en la ONU

En 1964, tras la Revolución Cubana, Ernesto Guevara el "Che" dió un valeroso discurso antiimperialista ante muchas de las naciones que habían tratado ,inutilmente, de sofocar militarmente y mediante la manipulación mediática la Revolución Cubana.

El sueño anarquista

En ningún otro país ha tenido tanta importancia el movimiento anarquista como en España en donde la CNT se convirtió en el sindicato más importante. Es ahora, cuando la izquierda está más débil y está acosada por la dictadura del capital cuando todo el movimiento obrero debe unirse con un objetivo inmediato: derrocar la burguesía y acabar con el poder autoritario ejercido por la burguesía sobre la sociedad. Este sueño, compartido por comunistas y anarquistas debe ser el pegamento que una a toda la clase obrera en la lucha

El Marxismo


El marxismo o comunismo teórico nace de la mano de Karl Marx y Friedrich Engels y pronto se convierte en una alternativa social y económica de facto con una popularidad insospechada entre las clases populares.
Para definir el concepto de marxismo podemos usar un solo término: colectivización.
Así pues, la base del marxismo se encuentra en la colectivización es decir reparto equitativo de todos los bienes, eliminando de esta forma la propiedad privada mas no la propiedad personal.
La forma más directa de colectivización de bienes es la colectivización de los medios de producción. En este proceso se acaba con la acumulación de riqueza1 por parte de una o varias clases sociales (burguesía y nobleza) y por ende con la pobreza del proletariado.
Marx defiende que la historia es una constante lucha de clases entre el proletariado que pugna por conseguir una mejor posición económica social y la burguesía y las clases dominantes que luchan por mantener sus privilegios.
Este proceso de lucha ha sido la base de todos los conflictos sociales previos como la tensión entre hombres libres y esclavos o entre señores feudales y siervos.
La única forma de crear un sistema social resistente al paso del tiempo es eliminar cualquier concepción de clase acabando de ésta manera con la lucha de clases.
Este proceso de equidad social tiene dos fases: la colectivización de la riqueza y la colectivización del poder.
El acumulamiento de riqueza por parte de una clase dominante según el modelo capitalista empezó a darse durante la Baja Edad Media cuando los gremios empezaron a considerar el capital un bien social.
Parte de la sociedad debió asalariarse con lo que la riqueza de estas clases aumentó aun más debido a la plusvalía. Marx entendía la plusvalía como toda aquella ganancia que producía el obrero que no iba destinada a su salario ni al pago de los costes de la producción por lo que iba dirigida directamente al burgués.
Se creó así una forma de vida rentista que primó en la clase burguesa. Entendemos pues al proletariado como aquella clase social que produce mucha más riqueza de la que puede disfrutar y a la burguesía como la clase que disfruta de más riqueza de la que produce.
El asalariado entra en un círculo de nula evolución económica por lo que su salario sólo tenía como posible uso su propia subsistencia y el asalariado temporal se convertía en asalariado permanente. El propio trabajo del proletariado enriquece aun más a la burguesía acrecentando la distancia entre estos.
Para acabar con esta espiral de acumulación del capital por parte de unos pocos Marx propuso como método una revolución social dirigida por el proletariado o revolución proletaria pero más adelante surgieron otras vías como la democrática.
Defendía la necesidad de que los proletarios tomaran el poder estatal (dictadura del proletariado) para colectivizar toda riqueza y los medios de producción para abandonar el poder una vez abandonada la fase reaccionaria. En este punto aparece la sociedad sin clases.

El ocaso de Dios


Dios ha muerto. Ese era el mensaje de Nietzsche hace casi 130 años. Pero es ahora cuando este mensaje se hace más cierto que nunca.
Es indudable que la importancia de la religión ha ido en picado en la sociedad moderna y ahora se enfrenta a una desesperada lucha por sobrevivir y conseguir un papel en la sociedad moderna capitalista.
Sin embargo, los ideales religiosos no se están viendo remplazando por una ética atea sino por un agnosticismo peligroso, que se está convirtiendo en una de las señas de identidad de la sociedad contemporánea.
Y digo peligroso, porque los ideales que transmite son extraordinariamente competitivos y defienden el derecho de cualquiera a tomar lo que sea cuando le venga en gana.
Las utopías religiosas cayeron hace tiempo y no hace tanto el sueño socialista se desplomó con la lacra del recuerdo estalinista y el oscuro pasado del gulag. En su lugar, se está instaurando un nihilismo indiferente a cuanto le rodea y que niega cualquier sentido a la existencia humana.
La realidad neoliberal ha desterrado también los sueños existencialistas y racionalistas que creían que el hombre moderno iba a ser cultural e intelectualmente superior al hombre de otras épocas.
En una sociedad en la que la lucha de clases casi se ha extinguido, y los ideales reivindicativos se resquebrajan y acumulan telarañas, la cadena de producción vertiginosa y el ritmo de consumo, también frenético se han convertido en el motor de una de las sociedades más indiferentes a la realidad exterior.
Sin embargo, en los países árabes el fanatismo religioso se acentúa y el Islam empieza a caracterizarse como una religión no demasiado comprensiva para con ateos o creyentes que profesen otra fe.
Lejos de ser una religión constructiva, el fanatismo religioso islámico atemoriza al mundo y le hace mirar con cautela a los países que profesan el Islam de manera más radical.
Tras lo que parecía el fin de la burguesía acomodada y rentista las clases sociales superiores se han colocado en el poder ante una asombrosa indiferencia ciudadana.
Se abre para occidente una nueva era en la que será, como poco interesante, observar como se adapta a nuevos problemas sin un ideario político claro, sin un objetivo a largo plazo mas que la supervivencia económica y sin unos valores éticos, ya laicos o religiosos.
En toda Europa, tras ese periodo de bonanza económica en el que todavía no conocíamos las proporciones de la que nos iba a car, se descubren cada día nuevos casos de cohecho y de abuso del poder de los cargos políticos, repartidos alegre y despreocupadamente.
Y a la cabeza de la caída están, como no, los medios de comunicación, la mayoría de los cuales han optado por anunciar todos los días la caída de Europa, el fin del mundo o cualquier noticia de dimensiones similares; supongo, con la pretensión de acertar a la larga.
Con medios cada vez más demagógicos y flagrantemente manipulativos, periódicos y televisión parecen disputarse el honor de haber advertido el día del juicio sin prueba alguna, lo cuál ahora parece ser el culmen de la carrera de cualquier periodista que se precie.
Al menos, el pueblo empieza a reclamar, con cierto retraso, el poder que democráticamente le corresponde ante la indiferencia de unos dirigentes políticos indiferentes y que la crisis sufrirla, la sufren poco.
Y en todo este circo tampoco falta la propia crisis literaria. Con la progresiva best sellerización del género ya cuesta encontrar un libro sin suspense y que requiera un mínimo esfuerzo mental para su lectura.
En esta época más nos valdría leer a Marx o a Ortega y Gasset, que sin tener en cuenta su ideología política eran críticos de la sociedad, antes que al omnipresente Dan Brown.
La lectura de este último merece de un análisis interesante ya que es un buen ejemplo de la clase de literatura que se comercializa hoy al por mayor, si bien en el principio de su novela Ángeles y Demonios parece destilar cierto sentido crítico y cierta rebeldía para con el sistema, al final de la trama nos encontramos con un protagonista mucho más concienciado de la realidad, y que, como no, resulta ser un fiel amante del statu quo.
Sin embargo, literatura y cine han entrado de la mano en una crisis de imaginación en la que, aunque despuntan destellos de obras realmente buenas también existe la eterna sombra de la globalización que se ha extendido por todos los ámbitos de nuestra vida.
Realmente la globalización no es una aldea global, ni un pueblo mundial, ni ninguna de esas tonterías que nos dicen para que nos creamos que ésta es una época mucho más deslumbrante que las anteriores.
Realmente, esta época es una pobre realmente parecida a las anteriores: existen pobreza, dictaduras, genocidios y demás catástrofes derivadas de la necesidad humana de imponer su orden al del resto.
Sien embargo, Occidente es democrático, rico y relativamente respetuoso para con los derechos humanos, por lo que los que allí vivimos nos alegramos de haber nacido aquí y tratamos de cerrar a los ojos a la realidad exterior.
Cuando en el estado del bienestar irrumpe abruptamente una imagen del mundo exterior, sentimos un ramalazo de pena y conmiseración y lo olvidamos unos segundos después en un fascinante ejemplo de hipocresía social generalizada.
La globalización surgió como un deseo de parecerse al gigante estadounidense, lo cual nunca he comprendido ya que no veo mérito alguno en parecerse a un gigante mundial líder en la superficialidad, el poderío militar, el genocidio indiscriminado y demás maravillas que en el último siglo se han hecho propias de la cultura yankee.
Mientras los países orientales se hallan en la cumbre de su potencial, Europa y el mundo occidental parecen condenados a varios años más de crisis económica.
Ante las crisis cíclicas capitalistas la única solución parece ser que Occidente constate que existen alternativas democráticas reales a la banca, la usura y el neoliberalismo.